Sobre el autor

Hablar sobre cuestiones políticas es algo muy serio, pero hablar sobre uno mismo nunca debería serlo. ¡Somos tan poquita cosa! El autor de este blog es muy consciente de su propia pequeñez y se conforma con reinar en ese rinconcito confortable llamado “Going Rogue, Going Palin” que se ha buscado. Para los que quieran saber algo más sobre mí, decirles que soy español y solamente español, nada de una “doble nacionalidad” autonómica que no quiero y desprecio profundamente; que tengo 45 años, pero me conservo bien y me ufano de que todo el mundo me eche 44; y que estoy solo en la vida porque desgraciadamente ya no me queda familia por ningún lado y tampoco tengo esposa, hijos o perrito que me ladre. Mi soledad no es por elección propia, sino algo que ha acabado sucediendo y la acepto resignadamente. Curiosamente, las dos únicas mujeres que hubieran podido cambiar eso venían cada una de un rincón de la Tierra: Keiko fue la primera, pero ni ella podía quedarse por más tiempo en España ni yo mudarme a Japón, aparte de que su padre detesta a los gaijin, su mejor amigo es yakuza y ella misma es una hija obediente, como todas las niponas; Claire fue la segunda, pero en Kansas había dejado esperándola a un novio de toda la vida y yo siempre me había preguntado que se siente siendo Humphrey Bogart en Casablanca; ahora lo sé. Un consejo: no lo prueben; los tres primeros años duele mucho.

Personalmente ya ven que doy un poco de pena, pero es que profesionalmente doy mucha pena. De joven, apuntaba alto, pero me he quedado abajo del todo. Quizás tenga yo la culpa; mi buena disposición a discutir con todos mis jefes me hizo pronto conocido y evitado, cuando no directamente vetado, en muchas redacciones. Una vez logré una portada y hubo quien comentó creyéndose que no le oía que parecía que al final podría hacerse algo conmigo, pero al día siguiente me peleé de nuevo con mi redactor-jefe por censurarme mi siguiente artículo, que según decía él le había puesto “los pelos de gallina”. Y es que nunca hubo nadie capaz de hacerme comprender que a los que ostentan el poder no le gusta que les saquen los colores y que a los editores les gusta menos que les llamen por teléfono desde ciertos sitios que sólo se pueden pronunciar en voz baja a las tantas de la noche para cagarse en su madre.

Así pues, he dado noticias, pero también he escrito obituarios, he preparado crucigramas, he redactado la previsión del tiempo y me he inventado horóscopos, muchos horóscopos, y aún me río a carcajadas recordando al barrigón de mi último redactor-jefe creyéndose el suyo a pies juntillas. Ahora que he dejado la profesión, la recuerdo con nostalgia a pesar de que no me permitía vivir de ella y nunca me dio una satisfacción. Pero aún así, me acuerdo de ella y hasta lamento que en mi actual trabajo mi jefe sea tan buena persona que no haya manera de pelearse con él. ¡Caramba, si cuando le hago una sugerencia hasta se la toma en serio y todo! Eso nunca me pasó con mis antiguos redactores-jefes. Para ellos, era imposible que yo tuviera una buena idea. Todas eran malas de antemano, pésimas incluso, y no querían ni oírlas siquiera. Y cuando a pesar de todo lograba colarme en el ascensor detrás de ellos y obligarles a escucharla, antes incluso de haber llegado al piso siguiente ya me habían dicho que no en todos los tonos de voz que van desde el irritado hasta el homicida, especialmente si mi idea tenía relación con investigar a la familia de un ministro a ver hasta qué punto chupaban todos ellos del bote gracias a su encumbrado pariente.

Mis aficiones, además de pelear en cualquier lugar y a cualquier hora y siempre contra fuerzas abrumadoramente superiores, son muy sencillas: literariamente, creo que la mejor obra que se ha escrito jamás es la trilogía de Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas, por más que no soy especialmente aficionado a la novela y mucho menos a la histórica, que me repele por su poca historicidad precisamente. Pero si algún día tuviera que llevarme un libro a una isla desierta (el sueño de muchos de mis antiguos jefes, que más de una vez me recomendaron para una corresponsalía en cierto atolón en el Océano Pacífico en el que aún se practicaban pruebas nucleares por aquel entonces), ya saben cuál escogería sin dudarlo. También gusto de leer cualquier obra que se haya publicado sobre política liberal-conservadora, economía de la Escuela Austríaca, historia políticamente incorrecta (sobre todo la militar… Ya ven, quizás mis tendencias peleonas sean innatas) y teología de la Iglesia Católica, a poder ser escrita por Benedicto XVI y mejor cuando este sólo era el cardenal Ratzinger; musicalmente, soy un loco del rockabilly que todavía se lamenta de que Carl Perkins tuviera aquel maldito accidente de coche y dejara el campo libre a Elvis Presley, pero aún soy un loco peor del bluegrass que no puede decir “Bill Monroe” sin ponerse de rodillas y santiguarse tres veces; cinematográficamente, me entusiasman las películas en blanco y negro de los años 30 y 40 y mi debilidad son aquellas protagonizadas por un jovencísimo Robert Mitchum, cuando interpretaba siempre a un buen chico arrastrado a la perdición por culpa de una rubia platino más mala que la peste, pero tan guapa y tan maciza ella que a ver quién no se dejaba arrastrar, ¿eh?

Por lo demás, los amigos dicen que soy un buen tipo con el que se puede contar para cualquier gamberrada y me vanaglorio de saber dónde encontrar la mejor cerveza fría de la ciudad y conseguir que nos la sirva la camarera con la falda más cortita. En cuanto a mis compañeros de trabajo, esos dicen que soy un buen compañero que hace bien su trabajo, repone papel en la impresora antes de que se acabe sin que se lo haya que pedir y se trae su propio almuerzo y todo. Luego, por supuesto, está mi personalidad secreta que, en mi caso, no es de superhéroe sino de bloguista rebelde. Esa la conocen media docena de personas, curiosamente todas ellas mujeres, y salvo Claire, ninguna se ha molestado jamás en leer una de mis entradas. Dicen que no tienen tiempo, que ya me conocen de sobras y no les voy a sorprender, que ellas me aprecian igualmente a pesar de lo facha que soy y que como quiera que lo mío no es contar cotilleos, que es lo que les gusta a ellas, sino cosas muy serias y aún más aburridas, prefieren ver la tele a añadir una muesca más a mi estadística de lectores y hacerme feliz. ¡Y yo que pensaba que eso de un blog me haría interesante y podría ligar! Tururú…

Reconozco que me gustaría publicar con mi verdadero nombre, que evidentemente es Roberto, pero eso es imposible: vivo y trabajo en una comunidad autónoma donde ser conservador es tan peligroso que más de una vez me he sentido el único habitante de Fort Apache. De hecho, cada vez estoy más convencido de que soy efectivamente el único que queda (los del 7º de Caballería del PP salieron corriendo hace ya tiempo y a estas alturas ya deben de andar por Vladivostok) y que por ahí fuera hay montones de indios esperando a que asome las narices por encima del parapeto a ver si me aciertan con un tomahawk. Uno no es que espere mucho de la vida a estas alturas, pero agradezco tener todavía pelo en la cabeza y haré lo posible para que no me arranquen la cabellera y la exhiban como trofeo de guerra. Es por eso que cuando escribo, lo hago debajo de la mesa y con la puerta y las ventanas cerradas a cal y canto. ¡Así acabo yo con la espalda hecha polvo! Pero no me importa porque me lo paso demasiado bien compartiendo mis desvaríos con ustedes como para dejar de hacerlo por cualquier otro motivo que no sea una sensual belleza japonesa que finalmente ha comprendido que soy el hombre de su vida y que su padre me aceptará con los brazos abiertos en cuanto pruebe mi receta secreta de carajillo. Vamos, estoy tan seguro de eso que me juego la gorra a que él y su amiguete yakuza acaban llevándome a un karaoke a cantar los tres juntos “You’ve Got a Friend in Me”.

Pero mientras eso sucede y Keiko encuentra billete de avión para venir en mi búsqueda, mi sitio está aquí, defendiendo el fuerte. Todavía tengo balas y las ganas de pelea no me han abandonado. Y en la cantina aún queda un barril de brandy y varios sacos de café, je, je, je.

P.D. ¿En Japón sabrán algo de Sarah Palin? ¿Tendré que empezar una versión bilingüe de “Going Rogue, Going Palin”? No sé, no sé, habrá que pensárselo… Keiko siempre me dijo que si nos casábamos y nos íbamos a vivir a Tokio, tendría que estar siempre pendiente de ella, pero que me dejaría una hora libre cada día para hacer lo que quisiera cuando ella tuviera que ver su culebrón favorito. Con eso me basta.

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